Cornellá, extrarradio de Barcelona. Ciudad Satélite hogar de familias emigrantes donde reina la clase trabajadora. Quedamos en el lugar perfecto, boca de metro de San Ildefonso al lado del mercado de abastos. En el último mensaje que nos cruzamos Morfi me comenta… “Aquí estoy fuera, en un banco, con los jubilaos”. Y allí estaba, sentado en un banco esperando e inmerso en sus pensamientos. Tras un abrazo fraternal iniciamos el paseo en dirección al bar de la Patata. La verdad es que sin su guía me hubiera perdido rápidamente, tras callejear por las entrañas de Cornellá, de repente se para y me dice, vamos a hacernos una foto con los bloques verdes de la canción “Venid a las cloacas”. Sin dudarlo un momento saco mi teléfono y paro a un joven cornellanense que iba en patinete, le pido si nos puede hacer unas fotos y sonriendo le digo que no le dé por salir corriendo con el patinete y el móvil. La verdad es que los bloques me impresionaron, tanto por su majestuosidad como por su color insultante pero lo que más mes toca es el significado y lo que representan tanto para mí como para Morfi; Una época, unas vivencias, recuerdos de una etapa de nuestras vidas que nos marcó para siempre. Tras los retratos improvisados continuamos el paseo mientras vamos charlando. Era la primera vez que pasaba un tiempo a solas con Morfi. Otras veces siempre fue en un ambiente de conciertos y/o locales de ensayo. Casi sin darme cuenta llegamos al famoso bar de la Patata. Tras cruzar el umbral que podría ser como cualquier bar normal y corriente se accede a un patio interior enclaustrado y rodeado de edificios. Me recordó a los patios andaluces pero en plan urbano total. Una vez acomodados (tuvimos suerte que era lunes y había sitio porque normalmente está petado) Morfi me comento que el plato fuerte del lugar es la patata. Muchos han intentado sonsacar la receta de la salsa que le da el carisma a la fécula, pero se ve que el secreto se ha ido manteniendo de generación en generación. Nos atendió uno de los nietos de la saga. Morfi con la habilidad del conocimiento y la experiencia pidió un pescadito al estilo andaluz cuyo nombre no recuerdo, unos chipirones y por supuesto una generosa ración de patata. Yo complemente el menú pidiendo unos pimientos de padrón por aquello de “un poco de verde”. Tras iniciar el picoteo la charla fue calentándose y tomando forma. Tal y como le dije a Morfi, no suelo hablar mucho. La vida me ha enseñado que es mejor escuchar que rajar, pero en este caso hubo algo que me espitó y ese algo era compartir momentos con este hombre que he admirado desde que escuche sus primeras canciones y que marco mi camino como cantante después de verlo en directo con La Banda Trapera del Rio. Y así fue como entre bocado y bocado hicimos un repaso a nuestras vidas compartiendo recuerdos y vivencias a cuál de ellas más intensa y loca. Pero la joya de nuestra conversación fue compartir nuestra ilusión por cantar. Con pasión casi infantil nos explicamos los nuevos proyectos, ideas y anhelos musicales. Morfi y yo hablábamos el mismo idioma, el idioma de la pasión por la música y las letras de las canciones. Tener a Morfi frente a frente es un subidón. Su mirada impresiona. Unos ojos aparentemente tristes acompañados de una voz calmada pero que no pueden disimular el torbellino explosivo que sigue habiendo en su interior. Ya con las panzas llenas retomamos el camino de vuelta hasta la parada de metro para despedirnos no sin antes darnos un abrazo y prometernos un próximo reencuentro. Ambos tenemos nuestros propios caminos a seguir y escenarios que pisar y con toda seguridad en un futuro próximo los volveremos a compartir.
2 Comentarios
Recuerdo una de las noches de sábado allí por el año 1983 que después de ingerir un micropunto blanco y en pleno subidón de LSD, paseando por la Rambla de Barcelona con un conocido skinhead de Rosas tope con una paloma enferma en un rincón. No sé exactamente qué tipo de sentimiento se apoderó de mi pero la cuestión es que me la llevé a casa y me la cociné. Si, la maté, desplume, descuarticé, la freí y me la comí. El colega skin también en pleno subidón miraba atónito todo el proceso. Él no la provo.
Para mí fue algo así como un ritual, una forma de introducir en mi cuerpo la esencia más pura de mi amada ciudad natal, una paloma catalana de Barcelona y además del barrio del Raval. Aunque en verdad evité sufrimiento al animalito he de reconocer que en aquel momento no pensé en eso. Treinta y ocho años después del suceso, tengo que reconocer mi poco aprecio por estos animalitos. Según la sociedad protector de animales del Achuntament de Barcelona “Constituyen un valor añadido a la belleza de cualquier ciudad. Sus vuelos y arrullos adornan las plazas y los jardines y son motivo de distracción para los niños y de sosiego para las personas mayores”. Yo difiero bastante de este concepto romántico-turístico digno del parque temático en que se ha convertido mi ciudad amada. En mi opinión estos animalitos lejos del glamour de sus antecedentes históricos como palomas mensajeras y luchadoras que salvaron vidas en la segunda guerra mundial se han convertido una auténticas plaga que se alimentan de la basura que generamos convirtiéndose en portadoras de enfermedades que conllevan agentes patógenos que se transmiten a las personas, entre otras zoonosis. Por supuesto que el responsable, una vez más de esta marranada es del ser humano que rompe el equilibrio natural. En todo caso he de reconocer que en caso de hecatombe y necesidad siempre pueden ser una fuente de proteínas inestimable. |
AuthorFray (Carles Treviño). Archives
Septiembre 2024
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